El arte conceptual se caracteriza por la densa y, a menudo poliédrica, carga semántica de la representación, a diferencia del arte naturalista, en el que la representación apela lineal y unívocamente al objeto representado. Sin embargo, puede darse el caso, de que lo que se pretende una representación naturalista, acabe convirtiéndose en otra de carácter conceptual. Ello depende, en gran medida, de la recepción que haga de ella el sujeto observante, más que de la primitiva voluntad o intención del artista. Ya decía algún erudito que una obra artística no está completa hasta que el espectador la hace suya y la interpreta.
Pues, bien. Sucede que, en estos días, hemos asistido a un espectáculo curioso. Un grupito de personas, entre las cuales había algún elemento que nunca antes se había significado por colaborar en la vida comunitaria, se ha afanado en celebrar el Día de la Constitución, haciendo colorear a sus pupilos banderitas españolas y, para más inri, colgándolas en los pasillos, creyendo así estar decorándolos.
Lo que, en una primera lectura, no dejaba de ser una experiencia estética de dudoso gusto (alguien debería darles unas nociones básicas de diseño; no quiero pensar cómo tendrán decoradas sus casas), acabó convirtiéndose en un choteo clandestino. Aquella repentina y estrambótica exaltación patriótica devino en una obra gloriosa del arte conceptual, que inspiró un ripio de gusto tan lamentable como la imagen que lo originó.
Miro y no me lo creo,
¿Es cierto lo que veo?
¡Los “kleenex” de Dani Mateo!