dilluns, 31 de desembre del 2018

Praga: apuntes

Praga es, hoy, una antigua postal en tonos sepias. Esta es la primera conclusión a la que uno llega tras un primer paseo por la ciudad, sobre todo si se hace bordeando el río Moldava en dirección al Castillo. Sus edificios, que pasaron por la Segunda Guerra Mundial sin padecer desperfectos graves, cada uno de ellos, sería monumento nacional en cualquiera de nuestras ciudades de provincias; sin embargo, allí, sucediéndose uno a otro en una secuencia infinita, acaban por acomodar el ánimo, y lo que, en un principio, fue sorpresa, deviene en una contemplación satisfecha, balanceada por las plácidas aguas del río cantado por Smetana.



Sin embargo, a despecho de esta apariencia bucólica, encontramos también una Praga de conflictos y enredos. No en vano uno de sus más insignes vecinos fue Franz Kafka, autor de obras memorables como La metamorfosis, El Castillo o El proceso. Una visita a su casa-museo nos introduce literalmente en un pasillo laberíntico flanqueado de archivos grises, algunos de ellos entreabiertos, permitiéndonos ver su contenido: expedientes anodinos sobre ciudadanos y acontecimientos. La burocracia imperial no deja nada por reseñar, informar, relatar, registrar... hasta la nimiedad más insignificante. Un audiovisual ilustra su vida y su tiempo, en blanco y negro, con la imagen distorsionada, que nos zambulle en la sinrazón de un mundo anquilosado, artrítico, el de aquella época y aquel entorno que le tocó vivir.


Praga, además, como cualquier obra magna -de la literatura, del arte, de la vida- admite niveles de lectura diferentes. También hay lugar para la epopeya, como la que protagonizaron los comandos que acabaron con la vida de Heydrich, "el carnicero de Praga", y cuyo último refugio, la cripta de la iglesia ortodoxa de los santos Cirilo y Metodio, es hoy un lugar de la memoria donde se rinde homenaje a aquellos hombres y mujeres que decidieron quitarse de encima la infame bota que les aplastaba, aún sabiendo las represalias que desencadenarían más tarde. Así, hoy, su recuerdo, permite a los praguenses, a los checos, a la humanidad entera, mirarse al espejo con dignidad.