![]() |
| Vargas Llosa y Javier Cercas dialogaron en Alicante sobre el oficio de escribir |
Pero hecha esta salvedad, he de reconocer que el acto fue de los de bandera y que me reconcilió con Mario Vargas Llosa, un autor al que he amado y repudiado después. Le amé hasta el punto de convertirlo en mi autor preferido en algunos momentos de mi biografía lectora. Sobre todo aquel Vargas Llosa de los primeros años, el Vargas Llosa "peruano", el de La ciudad y los perros, Los cachorros, La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, ¿Quién mató a Palomino Molero?, Lituma en los Andes, La guerra del fin del mundo... Era un gustazo leer sus libros, a veces en voz alta para captar mejor la sonoridad de las palabras. Sin embargo, sus últimos libros -el de Trujillo, el de Gauguin-, por contra, siendo grandes obras, me decepcionaron grandemente. Había perdido, a mi modo de ver, la frescura, la espontaneidad, la ingenuidad de aquellos primeros años, para convertirlos en artefactos casi perfectos, construidos desde la racionalidad más que desde la pasión. Y como bien dijo el propio Vargas Llosa hablando de Sartre, las novelas guiadas exclusivamente por la racionalidad nunca produjeron grandes obras. Una novela se transforma en una obra maestra cuando la obsesión del autor coincide con las obsesiones de la sociedad, o algo así que dijo alguien. Pues eso.
Al hilo de lo anterior, fue singular el diálogo en torno a la doble condición de ciertos escritores, en su faceta de novelista por un lado y en la de intelectual, por otro. Javier Cercas apuntó que los escritores de la generación de Vargas Llosa asumieron ese doble rol y lo ejercieron desde el compromiso personal y colectivo. Ahí están, por ejemplo, el mentado Julio Cortázar o el innominado Gabriel García Márquez. Por contra, los de la generación del catalán huían del compromiso partidario como de la peste -Vila-Matas, Martínez de Pisón...-. La reflexión de Vargas Llosa sobre el particular fue notable y esclarecedora. El intelectual piensa el mundo de la mano de la razón, apelando a una lógica que no admite una afirmación y su contraria como elementos igualmente válidos, lo que le conduce a decantarse por una opción determinada, la que se deriva del riguroso proceso analítico que se ha seguido. Sin embargo, el novelista, liberado de ataduras lógicas, fluye de una verdad a otra opuesta, "verdades contradictorias", que dan idea de la complejidad de la existencia humana, de la sutileza y turbiedad que la caracteriza. De ahí que la novela, la gran novela -Guerra y Paz, por ejemplo-, dé testimonio de esa complejidad de una manera más efectiva que la que pudiera alcanzar el mejor ensayo. Prueba de ello es también el sentimiento de empatía y de identificación del lector con una bestia parda como el personaje del Jaguar, de La ciudad y los perros, tal como destacó Javier Cercas, actitud repudiable desde una óptica racional.
La función crítica de la literatura fue otro de los temas traídos a colación, respondiendo a la manida pregunta: ¿Para qué sirve la literatura? Una función crítica que se le supone a la novela, como el valor al soldado que no ha entrado en campaña, aunque no tenga efectos inmediatos, ni sea observable de una forma objetiva. ¿Por qué si no las dictaduras perseguirían a los novelistas? Las grandes novelas nos dan idea de la complejidad del mundo, de la sociedad y del ser humano, difícilmente encajable en los esquemas rígidos de una ideología totalitaria, de ahí que lo que nos queda después de la lectura es un cuestionamiento de los dogmas que pretenden encuadrar nuestro horizonte vital.
Sorprendieron algunas preguntas de la moderadora, ejecutiva de la editorial Alfaguara, por su ingenuidad: ¿Qué querías ser de pequeñito? o De tus personajes, ¿cuál es tu preferido?. Sorprendieron más aún, ahora gratamente, las respuestas de los contertulios, en particular la de Vargas Llosa, que literaturizó su propia experiencia al contarnos las peripecias del estudiante peruano en Madrid intentando abrirse paso en el mundo de las letras, sus trabajos alimenticios, el apoyo de Carlos Barral, la censura... Igualmente, Javier Cercas, con gran dosis de humor, estuvo lúcido al contar cómo, cuando ya se había resignado a ser un profesor que escribía, le sobrevino el éxito inesperado de Soldados de Salamina, entre otras razones gracias al espaldarazo mediático del propio Vargas Llosa. Y cómo, después de este éxito iniciático, sintió el pánico de convertirse en escritor de un solo libro, tal como les había ocurrido a Juan Rulfo o a Salinger.
Finalmente, Vargas Llosa de nuevo sacó un partido extraordinario a la pregunta sobre los personajes. Lituma fue el elegido, protagonista de alguna de sus novelas y personaje secundario de otras, que se le aparece en cada nuevo proyecto, ofreciéndose al novelista para lo que guste mandar. O el personaje de Galileo Gal, en La guerra del fin del mundo, un anarquista atraído por el movimiento mesiánico que arrasó el sertao bahiano durante varios años, con sus deseos y anhelos ofuscándole la visión ajustada del fenómeno.
Otros temas fueron también objeto de diálogo como el largo análisis que Vargas Llosa hizo del último libro de Javier Cercas, El impostor, libro que a mí particularmente me produjo un sentimiento ambivalente, ya que el personaje protagonista, farsante, mentiroso, repudiable en tantos aspectos, no dejó de tener efectos beneficiosos en otros ámbitos como el de hacer visible la barbarie de los campos de exterminio nazis. Quedémonos pues, para acabar, con un interrogante que resume, creo, buena parte del encuentro: ¿Una mentira (o ficción) puede alumbrar una verdad oculta?
Para leer más y mejor: La pura inteligencia no produce buenas novelas
La función crítica de la literatura fue otro de los temas traídos a colación, respondiendo a la manida pregunta: ¿Para qué sirve la literatura? Una función crítica que se le supone a la novela, como el valor al soldado que no ha entrado en campaña, aunque no tenga efectos inmediatos, ni sea observable de una forma objetiva. ¿Por qué si no las dictaduras perseguirían a los novelistas? Las grandes novelas nos dan idea de la complejidad del mundo, de la sociedad y del ser humano, difícilmente encajable en los esquemas rígidos de una ideología totalitaria, de ahí que lo que nos queda después de la lectura es un cuestionamiento de los dogmas que pretenden encuadrar nuestro horizonte vital.
Sorprendieron algunas preguntas de la moderadora, ejecutiva de la editorial Alfaguara, por su ingenuidad: ¿Qué querías ser de pequeñito? o De tus personajes, ¿cuál es tu preferido?. Sorprendieron más aún, ahora gratamente, las respuestas de los contertulios, en particular la de Vargas Llosa, que literaturizó su propia experiencia al contarnos las peripecias del estudiante peruano en Madrid intentando abrirse paso en el mundo de las letras, sus trabajos alimenticios, el apoyo de Carlos Barral, la censura... Igualmente, Javier Cercas, con gran dosis de humor, estuvo lúcido al contar cómo, cuando ya se había resignado a ser un profesor que escribía, le sobrevino el éxito inesperado de Soldados de Salamina, entre otras razones gracias al espaldarazo mediático del propio Vargas Llosa. Y cómo, después de este éxito iniciático, sintió el pánico de convertirse en escritor de un solo libro, tal como les había ocurrido a Juan Rulfo o a Salinger.
Finalmente, Vargas Llosa de nuevo sacó un partido extraordinario a la pregunta sobre los personajes. Lituma fue el elegido, protagonista de alguna de sus novelas y personaje secundario de otras, que se le aparece en cada nuevo proyecto, ofreciéndose al novelista para lo que guste mandar. O el personaje de Galileo Gal, en La guerra del fin del mundo, un anarquista atraído por el movimiento mesiánico que arrasó el sertao bahiano durante varios años, con sus deseos y anhelos ofuscándole la visión ajustada del fenómeno.
Otros temas fueron también objeto de diálogo como el largo análisis que Vargas Llosa hizo del último libro de Javier Cercas, El impostor, libro que a mí particularmente me produjo un sentimiento ambivalente, ya que el personaje protagonista, farsante, mentiroso, repudiable en tantos aspectos, no dejó de tener efectos beneficiosos en otros ámbitos como el de hacer visible la barbarie de los campos de exterminio nazis. Quedémonos pues, para acabar, con un interrogante que resume, creo, buena parte del encuentro: ¿Una mentira (o ficción) puede alumbrar una verdad oculta?
Para leer más y mejor: La pura inteligencia no produce buenas novelas
