He vivido recientemente dos episodios que me han dado que pensar sobre la literatura y el género. Nunca he prestado mucha atención a estos debates, que creo que creo que son más propios del ámbito académico, y soy de los que distingue básicamente entre buena y no tan buena literatura o, mejor aún, entre la literatura que me apetece leer y la que no, simplemente.
Pues, bien. Andaba yo leyendo recientemente “La ridícula idea de no volver a verte”, de Rosa Montero, cuando mi santa (gracias, Elvira Lindo) me preguntó que qué hacía, leyendo libros de chicas. Me quedé estupefacto. Sí, siempre he creído que había “libros de chicas”, pero pensando en las novelas de Corín Tellado, las de amores románticos llevados al extremo o, más de ahora, las "50 sombras de Grey” y secuelas. En fin, literatura de segunda o tercera división, sin ánimo de ofender a los/las autores/as ni a los/las lectores/as. Pero nunca pensé en estos términos cuando leía a escritoras como la misma Rosa Montero o Maruja Torres, Belén Gopegui, Almudena Grandes, Carmen Martín Gaite, Carmen Laforet, Montserrat Roig, Carme Riera, Maria Barbal, Mercè Rodoreda… Ni tan siquiera cuando pienso ahora en Julia Navarro, Almudena Arteaga, Carmen Amoraga, Matilde Asensi, Lucía Etxebarria o María Dueñas. Es cierto, eso sí, que no me prodigo en la lectura de los libros de estas autoras, sobre todo si lo comparo con el tiempo y catálogo que dedico a “los chicos”. Mi beata, ante mi cara de espanto, insistió en que yo no era de novelas donde se habla de sentimientos y esas cosas. Los ojos se me salían de las cuencas y de las órbitas también. ¿Con qué especie de monstruo piensa mi diácona que se acuesta cada noche?
Por otro lado, he leído, también recientemente, “Las dos muertes de Sócrates”, de Ignacio García-Valiño, una trama pseudofilosófica, un mix de géneros más bien, en el que juega un papel fundamental Aspasia, la mujer de Pericles, ya viuda en el momento en el que se sitúa la novela. En la subtrama correspondiente, la protagonista pretende crear una academia para mujeres con el fin de, como diríamos ahora, “empoderarlas” (¡Dios mío, qué hemos hecho los hispanohablantes para merecer estos garrotazos al lenguaje!). El libro me gustó de veras, la trama era entretenida, estaba escrito en un estilo elegante y tenía un regusto de intelectualidad que te hacía sentir al acabarlo como más sabio –o menos zoquete, si se prefiere-. Uno de mis hijos lo leyó a continuación y, al pedirle su parecer, me comentó, entre otras cosas, que creía que la figura de Aspasia estaba sobredimensionada, embutida en la trama principal de un modo artificioso, y que consideraba que últimamente había una hiperrepresentación de las mujeres en ciertas novelas, seguramente buscando la complacencia de las lectoras, por otro lado, la parte más nutrida de los letraheridos actuales. No hay más que darse un garbeo por la sección de ficción de las librerías “comerciales”. Puede ser.
En definitiva, quizá sí exista un subgénero “libros de chicas” que alguien debería intentar definir. Si se atreve. Lo más seguro es que concite las iras de académicos, feministas, libreros, autores, políticos, tertulianos y tenga que salir con el rabo entre las piernas. Porque… las brujas… no existen, pero haberlas, háylas.
