La última película de Steven Sorderbergh me ha resultado sorprendente por la consistencia camaleónica de la misma. Empieza siendo una historia de relaciones humanas conflictivas (la protagonista con su marido encarcelado; la de la protagonista con el psiquiatra -Jude Law-) y, al mismo tiempo, una película al uso de denuncia de los tejemanejes de las grandes corporaciones, en este caso, de las farmacéuticas. No se sabe muy bien por dónde van a ir los tiros. Escenas e imágenes desorbitados que nos introducen en una (supuesta) mente enferma por la depresión, en la que abundan los primeros planos o angulaciones aberrantes. Otras, en paralelo, del mundo de los yupis -creo que ahora no se llaman así- con efectos glamourosos, barridos y travellings de situación, entornos hipermodernos y sofisticados. Sin embargo, todo cambia a raíz del hecho que desencadena la segunda parte de la película. Entonces, los detalles anteriores adquieren una nueva relevancia y un desarrollo inesperado.
Una peli absolutamente recomendable. Ahora bien, hay que estar atento para no perdersen en los entresijos de la trama.