dissabte, 11 de maig del 2013

El ejemplo de Javier Gomá

El viernes 10 de mayo tuve ocasión de asistir a un diálogo entre Javier Gomá y otro compañero de oficio  que le servía de mozo de espadas. Javier Gomá es filósofo, licenciado en Cultura Clásica, en Derecho, director de la Fundación Juan March desde 2003 y autor de cuatro libros que son distintos capítulos de una única obra.

Dice Gomá que su vocación es literaria y que una persona que la padece (o la goza) no hace sino juntar palabras en busca de lo sublime. Esta vocación le vino allá en la adolescencia y ha necesitado de muchos años, casi dos décadas, en madurar y cobrar aliento. Desde aquellos tiempos primigenios, tuvo una visio y una missio. La visión le permitió adivinar cuál había de ser el plan de su obra, que a partir de entonces se convirtió en una misión personal. Después de probar la poesía,  la narración, el teatro... recaló en el ensayo filosófico como la mejor manera que encontró para poner negro sobre blanco su particular universo.

Dice Gomá que a menudo se ha concebido la cultura clásico como la evolución desde lo concreto a lo abstracto. El camino que lleva de las historias de la Teogonía o la Ilíada al discurso de Platón y de Aristóteles. Sin embargo, viene a decir, lo que se ha perdido es una forma de concebir y comunicar el conocimiento a través de un mecanismo como fue el del ejemplo trascendente. El ejemplo y, consecuentemente, la imitación, mecanismo esencial de la antigua Paideia, fueron dejando paso al razonamiento abstracto y, a partir de Kant, a un abierto rechazo de la imitación. Dice Kant en ¿Qué es la Ilustración? que el hombre debe trascender su minoría de edad, entendida como la dependencia del otro, y alcanzar su autonomía. Esta actitud es la que se ha ido desarrollando a partir de entonces, con un menosprecio generalizado hacia la imitación.  Teníamos que ser forzosamente originales o resignarnos a no ser.

Reivindica Gomá el ejemplo como mecanismo de socialización. El ejemplo puede ser positivo o negativo y aún este resulta ser más viable y fructífero en tareas pedagógicas: "eso es justamente lo que no se debe hacer". La ejemplaridad, sin embargo, es siempre positiva, constituye un ideal y, por tanto, es irrealizable. El autor de Paideia, Werner Jaeger, refería que la mejor forma de educar a un ciudadano era darle la potestad de diseñar una sociedad, después vendarle los ojos y dejar que la suerte fuera quien decidiera cuál habría de ser su papel en ella. Ya se esforzaría el ciudadano en construir una sociedad en la que, en ninguno de los casos, loa designios de Fortuna le supusiesen ningún quebranto.

Por otra parte, dice Gomá que vivimos en el mejor de los mundos habidos, que no en el mejor de los posibles. A la pregunta  "¿En qué época de la humanidad te hubiera gustado vivir siendo pobre, como extranjero, como discapacitado, como enfermo...?" todos coincidiremos en contestar que en la presente. Rehúye con ello cualquier desánimo, pesimismo o melancolía. Eso no significa complacencia con la sociedad que vivimos, pero hemos de valorar en justicia el hecho de que la virtud, en la segunda mitad del siglo pasado,  haya instaurado la paz como el ideal de convivencia. Antes, familias enteras acudían a las plazas para ver como ardían en la hoguera cuatro desgraciados acusados de herejes. como muestran los Diarios de personajes de otras épocas. Véanse si no los de Samuel Pepys, por ejemplo. La virtud, la honorabilidad, el patriotismo... hasta no hace mucho ligados a valores viriles, agresivos, violentos, ha dejado paso a un consenso en la búsqueda de la paz.

Cree Gomá que la suma de igualdad y libertad que ha ido manifestándose en la modernidad, da como resultado la vulgaridad. Pero no ve en ello algo peyorativo. Y prefiere esa vulgaridad a la coacción anterior. Ahora bien, eso no significa que hayamos de instalarnos en ella para siempre. Si bien esa vulgaridad desarrolla la idea de que nadie es superior al otro, arrojando al cubo de la basura veleidades jerárquicas, hay que trascenderla, dice, y caminar hacia la ejemplaridad. ¿Cómo? Empezando por convertirnos, cada uno de nosotros, en ejemplos para nuestros conciudadanos. Positivos, eso sí.