dilluns, 22 d’abril del 2013

To the wonder (-¿Mande?)

La última película de Terrence Malick no deja indiferente a nadie. Para muestra, un botón. El día que fui a verla éramos dos en la sala, un tipo que entró armado de una caja tamaño familiar de palomitas y una Coca-Cola de medio litro y un servidor que, como ya es conocido, abomina de estas prácticas alimenticias. Pues bien, cuando el tipo se acabó la merienda, al cabo más o menos de media hora de empezar la película, se largó. Esto no dice nada malo de la peli, antes al contrario. Es más, puede ser hasta lógico. Las sutilezas del cine de Malick casan mal con el refresco y las "rositas", que era como las llamábamos antes.

Invocando al cielo
Dicho esto, pasemos a comentar la película. Nos cuenta una historia más o menos biográfica en la que un americano de viaje por Europa acaba enrollado con una francesita alocada y encantadora, madre de una hija de 10 años. Deciden marcharse a los USA, a un lugar indefinido pero característico de la América profunda, horizontes infinitos, cielos inmensos, donde no hay nada más que hacer que trabajar y juntarse con los vecinos en una barbacoa el fin de semana. La niña, y sospecho que la madre, se aburren y deciden regresar a París. El señor americano inicia entonces una relación con una antigua compañera de instituto. Pero, la señora francesa vuelve, ahora ella sola, para rehacer su matrimonio. Será un intento abocado al fracaso.

Esta historia que podía funcionar, mal o bien, nos la cuenta Terrence Malick de un modo muy personal, ¿melancólico? Quizá sea el calificativo que mejor le cuadre. (Otros han preferido el de narcótico. También los hay que la califican de trascendente, en fin). Una sucesión de imágenes supuestamente poéticas: atardeceres cegadores, carreras y bailes espontáneos en una pradera de hierba rala, voces en off, revolcones en el cuarto desguarnecido de un adosado... Sin embargo, otros elementos del entorno resultan excesivamente sucios para encajar bien en un sentimiento melancólico: las excavadoras de la empresa donde trabaja el protagonista -un Ben Affleck con cara de palo todo el rato-, las chabolas de los barrios marginales o la crisis de fe del cura -Javier Bardem también aquí con una cara que no se sabe bien si lo que tiene es una crisis de fe o  un estreñimiento agudo-. 
Las imágenes aisladas son ciertamente hermosas

Algún crítico ha dicho que hay que estar preparado -en el sentido de "iniciado"- para acceder al universo de Malick. Puede ser. Un servidor no lo está. Y el de las palomitas, tampoco. Me temo.

Lo mejor, las escenas transcurridas en Europa, estas sí realmente bellas, especialmente la subida de la marea en torno del Mont Saint-Michel.