Velázquez en la década de los años 30 ha evolucionado con respecto a etapas anteriores.
Como podemos ver en estos dos cuadros, el tratamiento de la luz es bien diferente. En el primero el fondo está tratado de una manera uniforme, la figura central está intensamente iluminada, logrando así un contraste muy acusado entre la toca blanca y el rostro. En el segundo, por el contrario, el juego de luces y sombras resulta más tamizado, creando un espacio tridimensional más notorio que en el primero, una indagación en la que Velázquez viene trabajando por lo menos desde su primer viaje Italia y que culminará en Las Meninas.
Por último, si nos detenemos en el estudio de la luz en escenas de exterior observamos una maestría y una fluidez en la pincelada de carácter impresionista que capta perfectamente el instante retratado, la atmósfera de un día parcialmente cubierto o en el atardecer, como podemos comprobar en el retrato del Príncipe Baltasar Carlos,cazador (1635-1636). Las nubes, los retazos de paisaje iluminados, incluso las hojas del árbol, permiten a Velázquez continuar indagando en el manejo de la luz para crear atmósferas, para representar lo invisible, casi percibimos la humedad del aire que envuelve la escena.