hace mucho mucho tiempo,
en un país no muy lejano,
los niños iban a la escuela,
algunos, en valenciano.
Iban vestidos de submarinistas,
o de buzos artistas,
y hacían la inmersión.
-¡Ala, ala! ¡Chapuzón!
Además,
cuando volvían a casa,
corrían al sofá,
a ver A la babalà.
Y más aún.
Sintonizaban la televisión
de un vecino condado,
hablada en valenciano,
aunque un poco más raro,
como del Camerún.
Pero un día,
el viejo rey murió
y vinieron a gobernar
tres ogros malos malotes,
que eran hermanos.
El mayor, morenazo y guapetón, dijo:
-¡No, no, no!
¡Qué vestidos tan horripilantes!
¡Y huelen fatal!
¡Que se vistan de normal!
El mediano, chiripitifláutico, añadió:
-¿Cómo?
¿Qué es eso de mirar,
¿Qué es eso de mirar,
de otro lugar,
los televisores?
los televisores?
¡No, no, no!
¡A la p… m...
los repetidores!
los repetidores!
Y el más pequeño,
remilgado y bien peinado,
sentenció:
-Canal Nueve
es muy caro.
¡No se puede sostener!
¡Que lo cierren,
's’il vous plaît'!
Cuando de hacer maldades se hartaron,
los ogros malos malotes se marcharon.
O los echaron, como algunos presumieron.
Entonces, un duende pequeñito,
de barba cerrada y verbo bonito,
dijo muy contento:
-Se me ha ocurrido un experimento.
Prepararé una poción,
que a los niños valencianos,
les devuelva la ilusión.
Un pellizco de anglicano,
un pedazo de español,
y un sofrito valenciano,
ya tenemos el perol.
¡Jamalají, jamalajá!
Removemos y ya está.
¿Cómo lo llamaremos…?
¡Ya lo tengo! ¡Que sí, que sí!
¡Lo llamaremos POPUDÍ*!
*[P(r)Ograma P(l)Urilingüe DInámico]
Y así es como los niños valencianos
recuperaron la ilusión,
con un traje remendado
y un pequeño pantalón...
…o no,
porque los amigos
de los ogros malos malotes…,
...prepararon los garrotes.