A menudo oímos en múltiples foros cómo algunos contertulios reclaman de nuestros políticos, empresarios y de sus respectivos turiferarios un indefinido "sentido común" que inspire sus acciones, una cualidad ésta que se pretende inherente o consustancial al ser humano y que ha de ser necesariamente beneficiosa para el conjunto de la humanidad. Pero nada más lejos de la realidad. A poco que se sigan los razonamientos de aquellos que reclaman tal exigencia solemos comprobar que lo que ciertamente reivindican es la consolidación de las conductas y los pensamientos más conservadores, la vuelta al "orden". Su orden, evidentemente.
Pues bien, en estos tiempos que corren, en los que numerosas instituciones han cambiado las personas que tenían al frente y en los que asistimos a la llegada de nuevas ideas y nuevas maneras de hacer las cosas, la vieja clase política que había patrimonializado aquellas instancias y que había hecho de sus respectivas áreas de acción y aledaños su coto privado de caza, han visto amenazados sus intereses y han movilizado todos sus recursos para reclamar ese "sentido común" que nos ahorraría las consecuencias de una política aventurera o, peor aún, de inspiración revanchista. Son numerosos los testimonios de columnistas y tertulianos en este sentido, algunos incluso guiados por la buena fe.
Pero lo cierto es que lo que se necesita hoy, lo que se ha necesitado siempre, no es ningún "sentido común", que, primero, ni es común, ya que lo que pretenden sus adalides es mantener el status quo imperante, el que descaradamente les beneficia, y que, segundo, tampoco es sentido, que es interés, puro y duro. Lo que se necesita, digo, lo que necesitan nuestros políticos, es "sentido de lo común", de aquello que pertenece a todos los ciudadanos y de aquello que propicia el intercambio entre ellos: unos servicios públicos eficientes y de calidad, una ciudad a la medida de sus ciudadanos, un medio ambiente saludable, la democracia deliberativa, el respeto por todas las personas, independientemente de lo que piensen o posean...
Por eso, bienvenidas sean las iniciativas que impulsan medidas de este tipo, ciudades en las que las plazas sustituyan a las avenidas de seis carriles, foros donde los ciudadanos escuchen y propongan, hospitales que atiendan a los enfermos por el simple hecho de estarlo sin necesidad de exigirles un certificado de limpieza de sangre, escuelas que eduquen para la solidaridad porque calidad y solidaridad no tienen porqué andar a la greña... No podemos fiarlo todo al hipotético beneficio público que se seguiría consecuentemente de la suma de los beneficios privados, como defienden las teorías economicistas clásicas, porque, a la experiencia y a los hechos me remito, el capitalismo sin control genera pobreza, desigualdad y muerte.