Recientemente acabaron los encuentros con autores españoles contemporáneos "Cada cual" que organiza el Instituto Juan Gil-Albert. Una oportunidad única en Alicante de conocer de primera mano los entresijos de la creación literaria a través de un diálogo con los autores. Y a veces, dada la doble o triple condición de algunos de ellos, los vericuetos de la edición y la pertinencia de la crítica. Aparte del interés que cada uno de ellos pueda tener por separado, la visión de conjunto que nos ofrece el ciclo de encuentros nos permite abordar desde distintos puntos de vista este asunto de la escritura. Así, por ejemplo:
Los temas
Decía José María Guelbenzu que la crítica que se hace en España es de vuelo corto, poco comprometida y demasiado condescendiente con los escritores. Se publica mucho y no todo bueno. Añadía que para enjuiciar se debe tener un criterio, se debe explicar por qué gusta o no un libro y contar de qué habla el autor, más allá de la pura trama argumental. Estos temas son a menudo recurrentes en los autores, como decía Soledad Puértolas, quien afirmaba que todas las novelas son en realidad la misma novela. Y en este sentido Ignacio Martínez de Pisón apuntaba cómo los grandes escritores a menudo se repetían en sus temas, caso de Baroja, Kafka o Marcel Proust, lo que los hacía reconocibles. Así, Rosa Montero subrayaba que todas sus novelas hablan de la identidad; Julio Llamazares, de los perdedores; y José María Guelbenzu del desenvolvimiento moral de una generación.
Los personajes
Los personajes en la narración tienen un peso crucial. Tanto que Guelbenzu señalaba que en las novelas de intriga, ésta no debe producirse tanto por la trama argumental, pues en ese caso los personajes suelen ser de cartón piedra como en los best sellers, sino que debía derivarse de las actitudes y reacciones de esos mismos personajes ante las situaciones a las que se enfrentban. Julio Llamazares destacaba el papel importantísimo de los personajes secundarios, que son los que están anclados en la realidad, los que entran y salen de la ficción, mientras que los personajes principales suelen responder a perfiles más prototípicos. En cuanto a las técnicas para construirlos, apuntaba Ignacio Martínez de Pisón cómo la escritura de guiones de cine o la traducción le enseñaron mucho sobre el dibujo de los personajes. En cualquier caso, personajes todos que han de evolucionar a lo largo de la novela.
Las generaciones literarias
Ciertamente, un escritor vive y escribe en un contexto histórico y geográfico y saber en qué medida ello le influye es un motivo recurrente en la investigación literaria. ¿Qué caracteriza a esas generaciones? No hubo una respuesta fácil y a los escritores a los que se les hizo esta pregunta se mostraron reacios a fijar los límites de una corriente literaria y a formar parte de ella, quizá por un prurito de artista que se cree único e irrepetible. Señalaba Llamazares afinidades generacionales más que geográficas y se reconocía así más cercano a Antonio Muñoz Molina, Bernardo Atxaga, Antonio Gamoneda, Antonio Colinas o Manuel Rivas que a sus paisanos Roberto Mateo o José María Merino. Otro tanto hacía Ignacio Martínez de Pisón con el mismo Muñoz Molina o Vila-Matas. Muchos de ellos destacaron el carácter seminal de la obra de Gonzalo Torrente Ballester. Y alguno reivindicó la valía de autores de la generación perdida, como Martín Santos o García Pavón, curiosamente este último renacido editorialmente en tiempos recientes. Otro cantar era si se hacía mención a las nuevas generaciones que, a fuer de creer a los contertulios, todos ellos cumplidos los sesenta, estaban desaparecidas. En fin, para Guelbenzu, en España, no hay novela, hay novelistas. Como el inclasificable Javier Tomeo, escritor kafkiano sin haber leído A Kafka, y que reivindicaba Martínez de Pisón.
El realismo
Ignacio Martínez de Pisón sostenía que el realismo es la corriente literaria que mejores frutos ha dado en la literatura española y cuando se han intentado formas de expresión alternativas han salido bodrios como Oficio de tinieblas, de Camilo José Cela. A pesar de reconocer la influencia de los escritores del boom hispanoamericano, subrayaba que esta influencia era muy sutil y que no se traducía en una adopción mimética de los parámetros que allí se establecían. Guelbenzu, sin embargo, renegaba del realismo, un modelo agotado, y reivindicaba la búsqueda de nuevas formas expresivas en la línea de Julio Cortázar, Virginia Woolf o James Joyce. Una corriente literaria que no se limitaba a contar lo que acontecía, sino que contaba la realidad desde el interior, desde la mente de los personajes. No hay que confundir, además, el realismo heredero de Balzac o Dickens con las imágenes evocadoras de Marcel Proust o con el hiperrealismo de El Jarama, de Sánchez Ferlosio.
Los géneros literarios
Todos los escritores del ciclo eran novelistas, salvo el primero, poeta. Algunos, cultivadores de distintos géneros, como Martínez de Pisón, escritor de guiones cinematográficos, tan importantes para dominar el arte de la estructura, o la traduccción. También él mismo autor de cuentos, declaraba que este género le resultaba más fácil por estar sujeto a reglas conocidas, al contrario que la novela, cuyas reglas las establece el propio autor. Guelbenzu reivindicaba la herencia de la novela de intriga americana, básica para conocer cómo se contruye una novela y fuente de la que se alimentaron sus ficciones, sobre todo, en lo tocante a la construcción de los personajes. Rosa Montero, por su parte, mencionaba la hibridación de géneros como una opción más acorde con los tiempos que corren, y así ella misma había escrito su última obra sobre Marie Curie, La ridícula idea de no volver a verte, como una mezcla de biografía, ensayo sociológico y novela. En fin, Julio Llamazares, cultivador de géneros diversos, subrayaba su particular ubicación dentro del panorama literario que le hacía sentir una sensación de extrañamiento que se ponía de manifiesto en sus obras, novelas con una carga poética destacable.
El lector
Sobre el rol del lector no se prodigó ninguo de los contertulios, quizás por encontrarse sometidos al escrutinio de un auditorio de lesctores. José María Guelbenzu fue el que más se extendió sobre este asunto. Y lo hizo recordando la definición que al respecto hacía Cortázar cuando hablaba del lector ingenuo, del "lector hembra", aquél que se dejaba penetrar por la novela, por contraposición al lector complejo que participa y reelabora el texto. Al escribir para este último, decía Guelbenzu, no puedes darle todo mascado, se le debe dejar respirar y darle opción y tiempo para el análisis y la crítica.
Por qué escribir
Unos, como Llamazares, porque no saben hacer otra cosa, reivindican el carácter terapéutico de la escritura, tal como decía Pessoa "Escribir es la manera de estar" o Leopoldo María Panero "La literatura me ha salvado del suicidio". Circunstancia que se repite en Rosa Montero quien, a través de la novela, hizo su particular duelo tras la muerte de su marido.