Es un lugar común tratar las películas de los hermanos Lumière como un ejemplo de cine realista, más aún, naturalista, entendiendo por ello un cine que apenas interviene en la realidad filmada, limitándose a dejar constancia de la vida que transcurre ante el objetivo de la cámara. La colocaban a la puerta de la fábrica, en el andén de la estación o junto a la cerca de un jardín y se convertían en testigos mudos de lo que acontecía ante sus ojos, dando fe a través de las imágenes grabadas. Sin embargo, la angulación de la cámara, la iluminación, el movimiento de los figurantes -o actores ya-, ponen de manifiesto un estudio de la puesta en escena muy elaborado. De esas imágenes se desprende, además, un halo poético muy sutil, consecuencia de esa aparente sencillez y falta de artificio, de una ingenuidad primitiva todavía íntegra.
A mi modo de ver, una sensación parecida nos produce -al menos a mí, forzado a buscar remembranzas por el enunciado del ejercicio- el visionado de algunas películas recientes. Películas que, en una primera lectura precipitada, consideraríamos que pretenden limitarse a documentar una parcela de realidad aparentemente banal, trascienden sin embargo este objetivo para crear una ficción poética de calado profundo. Sería el caso, repito, a mi juicio, de películas como En la ciudad de Silvia, de José Luis Guerín; El sol del membrillo, de Víctor Erice o Être et avoir, de Nicolas Philibert. Si acaso, alguno debiera haber aprendido de los Lumière el don de la concisión.
En lo tocante a Méliès, deudor aún de una concepción teatral que fija la cámara y con ella el punto de vista, incorpora al cine la continuidad narrativa, la sucesión cronológica de escenas configurando un hilo argumental que conduce hasta la resolución del conflicto planteado. Me refiero a obras como Viaje a la Luna. Esta película en particular me ha llevado a recordar algunas escenas de la saga del capitán Sparrow, las más disparatadas, como aquella en la que Johnny Depp, a punto de pasar a ser primer plato de los indígenas, consigue escapar con las manos atadas a la espalda, precipitándose por un acantilado. En cualquier caso, el carácter seminal de esta película -y supongo que de otras muchas más- es tal que desarrolla múltiples facetas del cine que vendría después. Temáticamente, inaugura el cine de aventuras y el de ciencia ficción; en lo que al lenguaje se refiere, el trucaje y los efectos especiales, las elipsis temporales y espaciales y la puesta en escena, son algunos de sus logros. Y, a título personal, destacaría algunos elementos fantásticos, casi fantasmáticos, que me han movido a pensar en algunas escenas desarrolladas por Tim Burton en Pesadilla antes de Navidad o Charlie y la fábrica de chocolate.