dimecres, 11 d’abril del 2018

Una casa junto al mar


Ver la última película de Robert Guédiguian es como reencontrarse con los amigos de siempre, a los que hacía tiempo que no veíamos. Buena parte de la filmografía del director marsellés no son sino episodios de una misma historia, que transcurre además en una misma unidad espacio temporal, con los mismos protagonistas en distintos momentos de su vida, esto es, clase obrera en las afueras de Marsella en la transición del siglo XX al XXI y, siempre, con el mar de fondo, casi como metáfora de un contexto que es siempre el mismo, pero, al mismo tiempo, en constante ebullición.

Así, hemos asistido a los coletazos de los gloriosos 30, a las amargas consecuencias de la crisis económica y social, a la alienación por drogas, a la pérdida de influencia de los sindicatos, al amor de la clase obrera, tan diferente de las versiones edulcoradas del romanticismo pequeñoburgués, al final de la vida laboral que, con demasiada frecuencia, viene acompañado del final de la vida sin más, a las luchas cotidianas por la dignidad... y todo ello desde una mirada profundamente respetuosa con sus protagonistas, aquellos que, después de haberse deslomado durante tantos años, en el trabajo y en la lucha por un mundo mejor, asisten desencantados a la infructuosidad de su esfuerzo. No por ello renuncian a su pasado, ni a sus convicciones, y, en la medida de sus posibilidades, continuarán en la lucha como ocurre en la película que nos ocupa, manteniendo el negocio familiar a precios asequibles a sus semejantes, compartiendo el tiempo con los que siempre estuvieron a su lado, encontrando el amor y sabiendo –o creyendo- que, en cualquier caso, siempre les quedará la salida de una despedida digna, tan digna como la vida que pretendieron.

Asistimos, además, a un discurso complementario y coherente, poco concurrido y nada de moda en los tiempos que corren en los que identidades asesinas y nacionalismos excluyentes -¿los hay de otro tipo?- proliferan por todas partes. Un discurso en la tradición más ortodoxa de la izquierda según el cual la única patria aceptable para los marginados es la clase social a la que pertenecen. En la película, esta solidaridad se pone de manifiesto entre los protagonistas y un grupo de menores inmigrantes ante el acoso de las fuerzas de orden público.