Ver la última película de Robert
Guédiguian es como reencontrarse con los amigos de siempre, a los que hacía
tiempo que no veíamos. Buena parte de la filmografía del director marsellés no
son sino episodios de una misma historia, que transcurre además en una misma
unidad espacio temporal, con los mismos protagonistas en distintos momentos de
su vida, esto es, clase obrera en las afueras de Marsella en la transición del
siglo XX al XXI y, siempre, con el mar de fondo, casi como metáfora de un
contexto que es siempre el mismo, pero, al mismo tiempo, en constante
ebullición.
Así, hemos asistido a los
coletazos de los gloriosos 30, a las amargas consecuencias de la crisis
económica y social, a la alienación por drogas, a la pérdida de influencia de
los sindicatos, al amor de la clase obrera, tan diferente de las versiones
edulcoradas del romanticismo pequeñoburgués, al final de la vida laboral que,
con demasiada frecuencia, viene acompañado del final de la vida sin más, a las luchas
cotidianas por la dignidad... y todo ello desde una mirada profundamente
respetuosa con sus protagonistas, aquellos que, después de haberse deslomado
durante tantos años, en el trabajo y en la lucha por un mundo mejor, asisten
desencantados a la infructuosidad de su esfuerzo. No por ello renuncian a su
pasado, ni a sus convicciones, y, en la medida de sus posibilidades,
continuarán en la lucha como ocurre en la película que nos ocupa, manteniendo
el negocio familiar a precios asequibles a sus semejantes, compartiendo el
tiempo con los que siempre estuvieron a su lado, encontrando el amor y sabiendo
–o creyendo- que, en cualquier caso, siempre les quedará la salida de una
despedida digna, tan digna como la vida que pretendieron.
Asistimos, además, a un discurso
complementario y coherente, poco concurrido y nada de moda en los tiempos que
corren en los que identidades asesinas y nacionalismos excluyentes -¿los hay de
otro tipo?- proliferan por todas partes. Un discurso en la tradición más
ortodoxa de la izquierda según el cual la única patria aceptable para los
marginados es la clase social a la que pertenecen. En la película, esta
solidaridad se pone de manifiesto entre los protagonistas y un grupo de menores
inmigrantes ante el acoso de las fuerzas de orden público.