dilluns, 17 d’abril del 2017

Manual para mujeres de la limpieza

Lucia Berlin escribió setenta y tantos relatos cortos del género “americana”. Entiendo con esta denominación -por apropiación del término musical- un tipo de literatura caracterizado por el realismo en la descripción de las situaciones, una temática que tiene como protagonistas a los desheredados de la sociedad, los losers de larga tradición ficcional, y unos espacios recurrentes, lavanderías, barberías, licorerías, hospitales, las reuniones de Alcohólicos Anónimos, poblaciones del Medio Oeste…, los tipos y espacios que aparecen en las imágenes de Edward Hopper, tipos solitarios acodados en las barras de bares de carretera, habitaciones funcionales en moteles aislados, coches enormes y rutilantes atravesando desiertos infinitos.


Muchos de esos relatos han sido recogidos en Manual para mujeres de la limpieza, recientemente publicados en España. Una colección de relatos por los que desfilan personajes íntimamente ligados a la biografía de la autora. Personajes que transitan por hogares destartalados, caravanas, cárceles y que tienen como denominador común un apego irreductible al alcohol y un desapego por la vida. No hay, sin embargo, lugar para la desesperanza o el lamento, se trata simplemente de sobrevivir hasta el siguiente trago. Hasta que sea demasiado tarde y solo quede la enfermedad, a menudo vivida en soledad.    Una literatura no apta para depresivos, melancólicos o pusilánimes en horas bajas.


La manera de escribir de Lucia Berlin es sumamente precisa, las frases contienen todos los elementos imprescindibles, pero ni uno más. Frases cortas, puntuación minimalista, dignísima seguidora de los preceptos del maestro Anton Chéjov: “El arte de escribir es el arte de acortar” o “Sé hablar con frases cortas de cosas largas”. En un relato, uno de los personajes ejerce como maestra en el penal del condado, dirigiendo un taller de escritura, y en él se ofrecen algunas pautas sobre el oficio de escribir, como la capacidad de evocar sin nombrar. En otros recurre a una sucesión de voces, que ofrecen diferentes puntos de vista sobre una misma situación, un desdoblamiento temporal, un relato multidimensional de un mismo acontecimiento, un retrato poliédrico, tal que un cuadro de Picasso en la etapa cubista. Finalmente, algunos personajes saltan de un relato a otro, su hermana Sally, el tío John, el abuelo, la Mamie, la madre, configurando un largo compendio de episodios de una única y singular obra…


Hace tiempo leí en un libro de Bernardo Atxaga, Obabakoak, una descripción que un personaje hacía del oficio de narrar, sobre todo, en lo que concernía al relato corto. Decía el personaje que el secreto de un buen relato estaba en dotarlo de un final sorprendente. Podías demorarte en los prolegómenos, en el desarrollo de la situación, pero el desenlace debía agarrar al lector por los mismísimos. Pues bastante de esto hay en muchos de los relatos de Lucia Berlin, finales no necesariamente sorprendentes, pero sí contundentes, que no dejan indiferente al lector.


Se trata, sin duda, de un gran libro, recomendable desde todo punto de vista. Un ejemplo brillantísimo de escritura de la experiencia, de literatura existencialista, heredera o coetánea de otros literatos como Raymond Carver (Si me necesitas, llámame; Short cuts, Tres rosas amarillas), y tan diferente de otras literaturas del fracaso como Berlin Alexandeplatz, de Alfred Döblin; Mimoun, de Rafael Chirbes; o El café de la juventud perdida, de Patrick Modiano, pongamos por caso.