dimarts, 10 de juliol del 2012

La vecina de abajo


Nada es lo que parece
Durante los últimos cinco años, he tenido una vecina nueva que se instaló en el piso de abajo. Era inglesa -o, al menos, tenía un deje británico que no podía ocultar, aunque lo intentaba-, atractiva -opulenta en las curvas, de apariencia lustrosa- y seductora -una caída de ojos suya te hacía soñar con noches de satén rojo, sí, lo sé, soy un hortera-. Aunque realmente prometía más de lo que daba. Al principio, todo eran sonrisas y parabienes. Te preguntaba por tus hijos, por tu casa, por tu coche, por tu parienta y, si llegaba a darse el caso, por tus hemorroides. La verdad es que era muy amable... hasta un cierto punto, a partir del cual, cuando querías explicarle más detalles y explayarte compartiendo tus miserias cotidianas, te cortaba eficazmente alegando desconocimiento de la lengua y se despedía a la francesa. 

Con el paso del tiempo, lo que al principio eran brillos y oropeles, fueron mustiándose y la superficie lujosa se fue descascarillando dejando entrever una sustancia parduzca y sucia. Uñas rotas, un dobladillo descosido, un mechón rebelde, canas a la vista... Es más, desde hace ya unos meses, casi un año, cuando pasabas por el rellano donde ella vivía, se advertía un tufillo agrio, como de coles de Bruselas cocidas que, con el tiempo, se ha convertido en una pestilencia fétida, como de una huelga de basuras a la napolitana en pleno verano. Desde hace unas semanas, cada vez se la veía menos, cuando te cruzabas con ella, agachaba la cabeza, farfullaba cuatro palabras ininteligibles y se marchaba rápido, embutida en un vestido rojo de geisha que parecía un chorizo con patas, intentado evitarte. El saludo, antes alegre y cantarín, casi se había convertido en un rebuzno manchego, como los de Cospedal.

Hoy, Mariano, el bedel, me ha confirmado que la vecina se ha marchado definitivamente. Nunca supe su nombre. Mariano me lo ha dicho : Miss Chances. Yo también he vivido por encima de miss chances.