dimecres, 28 de març del 2012

Pseudociencia

No son tiempos de certezas. Y menos de verdades que se pretendan absolutas.

La física del siglo XX estableció un “principio de incertidumbre” según el cual era imposible fijar, por ejemplo, la posición y la velocidad de los electrones. O una cosa u otra, pero no todo a la vez. Parece ser que esto supuso un baño de humildad en las llamadas ciencias exactas y el reconocimiento académico  de la imposibilidad de asegurar según qué cosas. Pues bien, de ello se siguió, mezclado con otras derivas gnoseológicas, la imposibilidad de acceder con tan solo la razón al conocimiento de la realidad. Menos aún si esa realidad se refería al ámbito del espíritu o de las emociones. Ergo… de las políticas económicas y sociales. Y a esto se le llamó postmodernidad. Por oposición a una modernidad en la que la razón era el mapa y la brújula a la vez.

De lo que se sigue que sea una quimera pretender actuar con la absoluta certeza de que aquello que decidamos es lo justo. O ni siquiera pretender que aquello que decidamos nos tranquilice la conciencia por haber elegido la opción mejor. A no ser que queramos vivir engañados. Admitamos que podemos equivocarnos, pero no sólo como una posibilidad remota y diferida, sino como un riesgo evidente y acuciante. Actuemos a continuación y estemos prestos a reconocer nuestro error, si llega a producirse. Y con este corto bagaje, pongámonos en marcha.

Para espíritus dubitativos, con todo mi cariño, éste sí de una certeza “casi” absoluta.