La película nos relata los
acontecimientos que tuvieron lugar en un pueblo del norte de España, en el
marco temporal que transcurre entre septiembre de 1935 (inicio del curso
escolar) y julio de 1936, nucleados en torno a la figura del maestro, y de los
que fue testigo directo el protagonista.
La película adopta un punto de
vista subjetivo, a partir de la narración que Moncho, el niño protagonista,
hace de los hechos. A decir verdad, toda la película está montada como un extenso
flashback. Las fotos que aparecen
junto a los títulos de crédito nos anticiparían ese carácter de memoria
recuperada. No olvidemos que tanto el director, José Luis Cuerda, como el autor
del libro en el que se basa la película, Manuel Rivas, han participado
activamente en el movimiento de reivindación de la memoria histórica en nuestro
país.
Que la película es una
rememoración del protagonista lo prueba el hecho de que el muchacho aparezca en
todas las escenas, como testigo o como agente. Además, algunas de ellas no
aportan nada a la trama central, el conflicto que acaba con el maestro en la
cárcel, camino de un destino incierto, pero sí tienen una gran significación personal
para el protagonista. El descubrimiento del sexo, por ejemplo. O la secuencia
de la fiesta en el pueblo vecino y el enamoramiento del hermano.
El lenguaje cinematográfico
empleado por el director, de un tono realista, no busca un tratamiento objetivo
de los hechos. Si acaso, poner de manifiesto la voluntad del protagonista de
narrar los hechos tal como él los vivió, honestamente. Son muchos los elementos
que nos dan idea de ese punto de vista subjetivo. Veamos algunos.
El maestro siempre aparece imbuído
de una aureola mítica, en levísimo contrapicado y envuelto por una atmósfera
nítida, luminosa. Tanto el ángulo de la cámara como la iluminación se
corresponden con la posición del niño respecto del maestro. Las sensaciones de
temor, respeto, reverencia, lástima y odio son las que el muchacho va experimentando
a lo largo del relato.
Además de las escenas en las que
interviene el maestro, que suponen casi
la mitad de la película, se intercalan otras en las que el protagonista
va descubriendo el sexo, el amor, la muerte y el odio. En este sentido, hay
ciertas escenas, con un desarrollo paralelo, que aparecen cíclicamente a lo
largo de la película y conforman una estructura en espiral. Así, las que
transcurren en el dormitorio, hasta en tres ocasiones, en las que el hermano le
desvela los secretos de la vida y le hace partícipe de sus proyectos de futuro,
sobre el amor o sobre las vidas ocultas de los otros –esa hermanastra que vive
apartada en el bosque-.
También tienen ese carácter
iniciático las escenas en las que aparece el actor Guillermo Toledo. En este
caso, sin embargo, con una función más marcada en lo tocante a la progresión de
la narración. En dos ocasiones, la aparición de este personaje antecede y
anuncia, a modo de rótulo o pregonero, lo que vendrá después. En la primera,
Moncho y su amigo siguen al personaje hasta la casa de la hermanastra y asisten
como espectadores a sus desahogos sexuales. Le siguen escenas donde el
protagonista conocerá el amor, a través de su hermano o de él mismo. En la segunda incursión en el bosque,
siguiendo al personaje de Guillermo Toledo, ahora de noche, asistirán a la
muerte del perro a manos de éste y con ella, al desencadenamiento del odio que
vendrá después. Son secuencias con un desarrollo similar: la taberna donde se
inicia la secuencia, el puente sobre el río (plano general desde el mismo punto
de vista), el camino, el escondite en la maleza (primer plano de los niños,
plano general de la era). El amor y el odio, transitando la misma senda.
A esta secuencia le seguirán, ya
de una manera precipitada hasta el desenlace final, las escenas que conducirán
al clímax, a la incitación al odio. Aquí se incrusta la escena en la que el
niño acaba de leer y cierra el libro de La
isla del tesoro, que le había prestado el maestro, subrayando con ese gesto
el fin de la inocencia.